Tras su, en
mi opinión, fallida ópera prima ‘Las vírgenes suicidas’, Sofia Coppola volvía a
la dirección con un guion un tanto diferente pero conservando la esencia del
primero, Lost in Translation relata la historia de un amor imposible de dos
occidentales situado en las pobladas calles de Tokio, Bill Murray encarna a un
actor venido a menos que se traslada a Tokio a rodar un anuncio de whisky para
la televisión japonesa, por otra parte, Scarlett Johansson es la mujer de un fotógrafo
demasiado ocupado en su trabajo para centrarse en ella, a primera vista
recuerda a dos recomendadísimas películas del que para mi es el mejor director
de dramas románticos en la actualidad, Wong Kar-Wai, una de ellas es ‘Happy
Together’, ya que como en esta, en ambas son dos personas residentes en un país
extranjero donde consuman su amor y la otra ‘Deseando amar’ por el guion. Sin
embargo, ambas son diametralmente opuestas.
Si en la
película del director oriental lo que mandaba era la fotografía y la belleza
plástica en esta mandan las actuaciones protagonistas y una curiosa atmósfera
que Sofia, heredada de su padre, sabe otorgar a la película quedándole un
resultado más que satisfactorio, los golpes de humor de Bill Murray también son
constantes para aligerar la carga dramática, que no es poca, y Scarlett
Johansson es la que aporta todo el drama, no hay secundarios o no tienen
importancia. La película son dos almas perdidas unidas por el azar que buscan
encontrarse.
Es curioso
que a pesar de la diferencia de edad entre ambos protagonistas los dos sean tan
parecidos, aunque la relevancia en el mundo sea diferente en los dos casos
ambos se encuentran perdidos y sin saber como continuar, y que gracias a los
azares del destino puedan vislumbrar otro devenir, una película que da
especialmente una capacidad de identificación maravillosa a los espectadores.
No hay nada
en exceso, todo se complementa perfectamente y es visible para cualquier
espectador, a pesar de la atmósfera creada no es una dirección vistosa – lo que
no quiere decir que sea mala- y la película puede presumir de tener unos
momentos verdaderamente mágicos como los 15-20 minutos finales o el primer encuentro
entre los protagonistas.
Está de más decir que cualquiera que haya pasado por
una situación similar quiera volver a la situación inicial de la protagonista,
apoyada en una ventana observando la maravillosa postal de la ciudad de Tokio
imaginándose un futuro mejor.
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