La infancia y la adolescencia, dos temas que se han conjugado desde antaño en el cine para profundizar en ellas, como vehículo conductor para contar una historia o para hacer una crítica generalmente al mundo adulto y a sus problemas, que pierden la importancia al ser vistos desde la perspectiva de un infante. Existen ejemplos como ‘La lengua de las mariposas’, donde se utilizaba a un niño para transmitir el desasosiego que implica la historia española de los años 30, al igual que en ‘Secretos del corazón'. Alejándonos de lo patrio, en ‘He nacido, pero…’ se critica al mundo de los adultos con su jerarquía innata y su hipocresía latente, o en ‘Masacre: Ven y mira’ se analiza la brutalidad de la guerra a través de los ojos de un niño.
En el caso concreto de ‘Kids’, se intenta reproducir (ni
enjuiciar ni criticar) la vida de unos cuantos adolescentes problemáticos y
todo lo que eso conlleva, mentes perdidas que no van hacia ningún lugar y
rostros que irradian odio hacia todo aquel que les lleve la contraria, en
definitiva, como reza el título.. Simples ‘niños’. El tándem formado por Larry Clark (mucho mejor
fotógrafo que cineasta) y Harmony
Korine, reciente director de películas tan controvertidas como ‘Gummo’ o
‘Spring Breakers’ tenían entre sus manos un material del que podría haber
salido algo sobresaliente, del que solo han quedado cenizas y suposiciones.
El filme acumula muchos más defectos que aciertos tanto en
el guion como en la forma de llevarlo a la gran pantalla. No hay profundidad en
los personajes, sabemos como se comportan, que piensan y hasta donde pueden y
quieren llegar, pero no conocemos lo más importante. El ‘por qué’. En estos
casos siempre viene bien una voz en off del protagonista que nos explique y
cuente, aquí no, todo lo que se pone sobre la mesa se difumina según la mente
del espectador que no es otra cosa que un arma de doble filo, recurso utilizado
en repetidas ocasiones cuando no funciona el guion.
En un determinado momento de la película la historia
principal se bifurca en dos caminos y aparece una trama paralela en relación
con la principal que peca de lo mismo, su falta de profundidad e imaginación,
típica y tópica a la vez, la historia no remonta hasta que se da de bruces con
un final totalmente abierto a la imaginación del espectador, dando lugar a
posibles secuelas o continuaciones (que aceptaría ver con otra mano ejecutora y
un guion más elaborado) que podrían mejorar la original, profundizando en la
vida de los adolescentes cuando se descubre el pastel y su diferente forma de
ver las cosas a raíz de conocer el problema, un muy buen material que podría
caer en el olvido si se vuelve a llevar de la misma forma.
No obstante, sí que posee algunos méritos dignos de
reconocimiento, lo único salvable del filme. Lo primero es el cambio radical de
la interpretación de Chloe Sevigny, actriz que siempre se ha movido en la
delgada línea de lo controvertido, a partir de que conoce su problema iniciando
un ir y venir de registros, mérito solo suyo. El punto álgido del filme llega
quizás con la única caída emocional de los chicos, duros e irrompibles ante la
sociedad y como se desmoronan ante la llegada de un hombre sin piernas, lo que
no muestra otra cosa que la sencillez que todos llevamos dentro a pesar de
querer revestirnos con corazas o máscaras que no hacen otra cosa que
destruirnos. Finalizando con la conversación que mantienen Sevigny y el
taxista, la única persona madura de la película.
En definitiva, una película que se queda en experimento
fallido, de corte documental que no hace otra cosa que dar como resultado un
híbrido que tiene como principal exponente un drama social se termina perdiendo
en actuaciones demasiado exageradas y mostrándonos la situación de los chicos
de una manera demasiado descarada para mi gusto, sin embargo, no deja de ser
una experiencia curiosa.
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